¿Cómo se forma una lectora? Esa parece ser la pregunta que guía a Mariana Enríquez 1al escribir Archipiélago, un conjunto de veintinueve ensayos que trazan el mapa de sus lecturas a lo largo de su vida. En ellos indaga en los libros que la han marcado, reflexiona sobre los autores que dieron forma a su escritura y comparte con los lectores sus maneras de leer. En esencia, eso es: un libro sobre todo lo que implica leer.

“El gusto literario no se elige” (11), afirma la autora. Esto queda claro cuando recuerda las suscripciones al Círculo de Lectores, las traducciones de Minotauro y las ediciones de colores de Bruguera, proyectos editoriales que buscaban ampliar el acceso a la cultura entre las clases medias latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX mediante precios accesibles, cuyos libros —producidos al por mayor, vendidos en quioscos y aún presentes en librerías de segunda mano— fueron los primeros que tuvo en sus manos y moldearon sus afinidades literarias iniciales. Al igual que estas colecciones, también reconoce la importancia de los libros fotocopiados y los ebooks piratas en su historia como lectora, lo que le permite declarar: “no me da culpa bajar libros piratas y tampoco me molesta que pirateen los míos” (161) –aunque no hay que olvidar que las altas ventas de sus libros también ayudan a sostener esta posición. Así, Enríquez establece una cercanía con sus lectores, mostrando que, lejos de ser esnobista, se ha formado leyendo como muchos de ellos.

Y esta cercanía también se da en la manera en que Enríquez comparte sus escritores y libros preferidos. La dinámica del libro consiste en ir construyendo pequeñas “islas” en torno a estos, formando así un entramado de influencias que configura su universo lector. A diferencia de otros autores más reservados y recelosos, Enríquez es generosa, ya que parte de su intención es acercar esos nombres que tanto le importan a quienes la leen. Hablamos de Ursula K. Le Guin, Shirley Jackson, Stephen King, Rimbaud, así como de otros menos conocidos, como Robert Aickman y José Sbarra, y de figuras de otras artes, como Nick Cave, Morrissey y David Cronenberg, que, de una u otra forma, han influido en la manera en que la autora escribe.

Al detenerse en estos nombres, se llega al punto más importante del libro: conocer qué piensa Enríquez sobre ellos. Sus lecturas no se limitan a una reflexión sobre el texto, sino que se entrelazan con el contexto desde el cual lee. Esto se evidencia, por ejemplo, cuando aborda con fascinación la vida de Lord Byron, sin enjuiciarlo moralmente, lo que la lleva a sostener que:

Hoy, cuando escribo, en 2024, separar la obra del artista es una de las preocupaciones masivas. Mis estándares cambiaron con el tiempo, hay ciertas cosas que me repugnan y me arruinan la obra, pero en contadas ocasiones. Es una falla moral: la obsesión por la lectura me lleva a sentir de vez en cuando que toda vida es ficción. Y la ficción, por supuesto, es amoral: debe serlo. (31)

Y que vuelve sobre esta idea al hablar de Sylvia Plath y Ted Hughes: 

La literatura también convierte a los autores en ficción. Jamás me repugnó un autor por sus acciones, al contrario: tengo aún más ganas de leerlo porque creo encontrarme ante un tipo de electricidad que no conozco. Un amor que no conozco, una entrega que creo imposible, un dejarse llevar por otra persona que intuyo pavoroso. (136-137)

Algunos de estos ensayos siguen una lectura más rigurosa, como “La isla de la ciudad sintiente”, en el que Enríquez indaga en las cartografías imaginarias de ciudades presentes en las obras de escritores como Ballard, Sábato y Borges, entre otros. En otros textos, en cambio, se toma mayores libertades y propone aproximaciones menos convencionales, como cuando habla de Cortázar —quizás uno de los momentos más polémicos del libro—, a quien lee como uno de los precursores del fan fiction:

La cuestión fan en Cortázar, ya presente en Imagen de John Keats, aparece desembozada en “El perseguidor”, que es nada más y nada menos que fan fiction, el más bastardo de los géneros, que no existía como tal cuando Cortázar lo escribió, así que solo se dijo que estaba “inspirado en un personaje real”. Hoy tenemos categoría, y casi nadie cita a Cortázar como el gran adelantado en ese subgénero explotado en lo más profundo de Internet por escritores amateurs. Ficción escrita por fans. Sabemos que Cortázar era un fan obseso del jazz y que amaba a Charlie Parker. Con algunos hechos de la vida del astro triste del bebop armó este relato que es real person fan fiction, es decir, fan fiction con una persona real. (66)

En resumen, Archipiélago sirve como una ventana para asomarse y conocer los libros y las obsesiones que han formado a Mariana Enríquez como la autora y lectora que es hoy. Gracias a una prosa sólida, que equilibra lo anecdótico sin sacrificar una lectura atenta y detallada, este libro no solo está dirigido a los lectores más fieles de la autora argentina, sino también a quienes disfrutan de una ensayística amena y sustanciosa.

  1.  Ampersand. 2025. ↩︎

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