El diario del dinero, de Rosario Bléfari

Además de liderar la escena del rock independiente argentino, con Suárez, Sué Mon Mont y Los Mundos Posibles, Rosario Bléfari
(1965-2020) también incursionó en otras artes. Fue actriz en una veintena de películas –como Yo, la peor de todas de María Luisa Bemberg y Silvia Prieto de Martín Rejtman– y escribió poesía, cuento, teatro y, por supuesto, diarios. 

En Diario del dinero1, Bléfari registra por casi cuarenta años sus gastos e ingresos, pero, como ella misma dice, “no hago ninguna cuenta, no armo operaciones y pronósticos, anoto para hacer algo, para ver si se puede escribir en vez de hacer cuentas” (124)2. Lo que escribe son viñetas que buscan componer la totalidad de una vida. 

Tal vez por esto último, las entradas casi siempre se ordenan de forma no cronológica. Pueden saltar de un concierto en 1983 a un examen médico en 2018, para luego regresar a una reflexión sobre el machismo estructural en 1997, todo en el transcurso de apenas un par de páginas. Esta particularidad insiste en un lugar común de la experiencia humana: no se puede hablar de la vida como sucesos lineales, sino como una amalgama de hechos que contrastan entre sí. Y es en esos contrastes donde se ven los detalles que pasan desapercibidos.

Los años pasan, y al igual que los precios de los cafés y las medialunas, Bléfari también cambia. En las entradas más antiguas, se ve a una mujer joven, contestataria y elocuente, que se enoja porque su papá llama señoras a las mujeres: 

Me molestó que le pusiera un «señora» a todos los nombres de mujer que mencionaba. Recordé cómo me molestaba eso en mi adolescencia, me parecía exagerado. Es que siempre estuvo para mí asociado a la forma de llamar a los patrones de la casa. Me suena condescendiente, en especial si esas señoras tienen algún cargo o determinada posición. (33)

Con el tiempo, su tono se aligera y las entradas se acortan. En los últimos años, esa mujer, ya más adulta, se fija más en las pequeñas cosas que suceden en su día a día, como cuando se le desinfla la llanta de la bicicleta o cuando le compra una chaqueta a su hija. Pero algo que nunca cambia en Bléfari es su curiosidad por el mundo, que florece en observaciones desprevenidas: 

Durante casi dos horas el adolescente de cabello oscuro y traje camuflado –bermudas, remera y una gorra colgando del manubrio– dio vueltas por el parque con su bicicleta de carrera de ruedas finitas y una canasta en el frente. Valiente y cuidadoso, me parecía. La manera en la que maniobraba siguiendo los caminitos. Me pregunté qué lo haría vestirse de ese modo, ¿un espíritu guerrero o guerrillero? Combate y camuflaje. El amor nace de la primera curiosidad por el otro. (62) 

Y en cuanto a sus observaciones, hay algunas en las que Bléfari se muestra vulnerable, como cuando se siente intimidada al asistir a un recital de poesía, ilusionada por el nacimiento de su hija o temerosa de lo que pueda suceder con su enfermedad, frente a la cual confiesa: “Tengo una sensación apacible de final, como si ya estuviera todo hecho lo que yo puedo hacer” (102). La confrontación de Bléfari con su propia mortalidad, a causa del cáncer que padece al final de su vida, da lugar a las reflexiones más lúcidas y sinceras del diario. Esa cercanía con la muerte hace que muchas aparentemente importantes dejen de serlo:

Deudas y cuentas se me aparecen como un sueño, como si al final no importaran. Toda esa preocupación eterna por el dinero que me acompañó toda mi vida parece, de pronto, perder peso y lugar. Tal vez si muero ya no importe de verdad. Se encargarán otros del dinero que se debe, del que me deben, de lo que podría ganar… Algo de lo que hubiera querido no tener que preocuparme nunca… O algo en lo que me hubiera gustado ser más ¿práctica o afortunada? (83)

Aunque Diario del dinero “no siempre está hablando del dinero” (257), deja entrever, de manera implícita, que existe una relación entre la dimensión afectiva de Bléfari y las condiciones económicas que la rodean. Detrás de cada comida que ella prepara para su esposo y su hija, hay un entramado de costos: el de los ingredientes, el de la alacena donde se sirve y el del alquiler del apartamento en el que todo esto sucede. En ejemplos como este, Bléfari –tal vez sin querer– revela una verdad un tanto amarga en medio de su cotidianidad: que vivir tiene un precio y que este siempre está subiendo. 

*

Es curioso que la reedición de Diario del dinero por parte de Ediciones Comisura coincida con un auge de la diarística en distintos países del mundo. Tristemente, la mayoría de estos diarios optan por construir un personaje dentro de una pose específica, en lugar de ofrecer una reflexión literaria sólida. Quizá la lectura de Bléfari baste para que aparezca algún diario que realmente merezca la pena abrir.Mientras tanto, tenemos a la mano Diario del dinero: una lectura prístina, aguda y luminosa, capaz de recordarnos que un verdadero diario literario incita a pensar sin disfraces, a mirar lo cotidiano con extrañeza y a escribir sin impostura.

  1.  Originalmente publicado por la editorial argentina Mansalva en 2020, año en que muere Bléfari. En 2025, Ediciones Comisura lo editó por primera vez en España, acompañado de un prólogo de Julieta Venegas y collages de Susana Blasco. Esta última fue la edición que se leyó para esta reseña. 
    ↩︎
  2.  Un dato curioso: en las últimas páginas del diario aparece, de manera discreta, una correspondencia entre Bléfari y el poeta bahiense Mario Pablo Ortiz. Los Cuadernos de lengua y literatura, a los que Bléfari se refiere con admiración, constituyen un proyecto prolongado del autor que explora la esencia del lenguaje a través de un estilo híbrido entre poesía y ensayo, lleno de imaginación y reflexión materializadora. Aunque la mención a Ortiz sea breve, puede reconocerse una afinidad en la idea de escritura que atraviesa Diario del dinero, el cual va más allá de las entradas anecdóticas e incorpora, en muchos casos, otras formas de escritura, como apuntes para cuentos, diálogos en mensajes de texto y listas de compras, entre otras. Por esta razón, Diario del dinero termina siendo más que un simple registro y se convierte en un espacio donde se despliega una escritura flexible.
    ↩︎

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