Notas de lectura sobre atravesar una gota con una aguja, de Iria Fariñas

atravesar una gota con una aguja (Editorial Urdimbre, 2025) es el más reciente poemario publicado por Iria Fariñas. Me lo envió, como a otras amigas y lectoras, por esa intención suya en hacer lazos con génesis en la investigación de la palabra. Una cinta amarilla, anudada al centro, sostuvo los bordes del libro en tránsito. La escritora sabe del potencial rizomático de sus versos y los contiene para que se conserven amalgamados, para que la pulsión expansiva de sus poemas se active en las manos lectoras una vez que desaten el nudo: «Esta cinta amarilla encarna el punto de encuentro en el lenguaje» acompañó en una nota.

Iria construye libros-concepto. Hace de la literatura una performance del constante movimiento.[1] [2]  En este volumen las palabras se distancian ensanchando el espacio que habitan. Empujan hasta «posponer» los márgenes. La herramienta es el lenguaje y el ejercicio su fragmentación. Llegan a nosotras las esquirlas de un todo, aquellas palabras que logran traspasar la espesura/blancura: «un desorden / de nubes desmembradas» (p. 25).[3] [4] 

El volumen pareciera estar compuesto en una mesa de luz que sugiere las formas de la sombra. Emerge una palabra, y otra, y otra al tanto, en un ritmo descoyuntado pero constante –del mismo modo que se accede a las revelaciones.[5] [6]  Los textos clarifican la dualidad esencial de la luz y la sombra, de lo líquido y lo sólido, de lo pronunciado y lo que queda por decir. La voz pregunta «¿dónde hay          tierra/ y dónde        vacío?» (p. 78). En ese limbo sucede el poema: en el espacio sin texto de la página. En el silencio. Ahí está la historia de la mujer «con la boca / hundida          en una bañera» (p. 23) ahogando una poesía subacuática. La voz dentro de la gota. Ensayando una poética de luz filtrada con versos como ondas que proponen ir a la búsqueda de lo que ocurre en el fondo del lenguaje; aquello que solo escucharemos si sumergimos también nuestra cabeza.

En este poemario, el lenguaje declara su cualidad dual de enunciar y proponer lo que no enuncia. Siendo el elegido para la significación/somatización, se de/construye desde el morfema, trabaja minuciosa la sintaxis, horada los significantes, se explicita en signos, «como si ocurrir o descubrirse / no sucediera          en los huecos» (p. 81).[7] [8]  Siendo ductil herramienta para la poetización y la experimentación, abre ese espacio en el que abisma lo que no dice. Cada línea propone su desaparición cuando nos invita a explorar sus cavidades. Se escucha un grito que se abrasa desde el centro, su propio vacío.

El título del poemario enuncia un gesto y cada poema es un nuevo intento. El verso es gota al tiempo que aguja. La poeta articula un imaginario de lo líquido observando las características de su expresión o ausencia en distintos escenarios. La voz poética experimenta con los elementos en sus distintos estados. Toca la lluvia-raíz, entiende «la condición / de la tierra          cuarteada» (p. 24), explora los límites de  «un cuerpo de niebla» (p. 77), es hielo que retorna a la liquidez porque la investigación disuelve la estructura y la poeta se expone: «este deshielo / es un modo de permanecer / en la herida» (p. 82). Hace alquimia con el lenguaje. Observa a «la gota como        particularidad de           la materia y la luz de          sus bordes» (p. 84) con un fin último, una pregunta que propone la imposibilidad lingüística, la incomunicación, y la destrucción de todo sentido: «¿Cómo quemar aquello que habita en el símbolo?» (p. 58).

Iria Fariñas quiso «ser          niña / del agua cuando          el agua / no era más          que movimiento» (p. 22) y se ha convertido en mujer con «el pulso         como lenguaje» (p. 64) cuando este es oscilación y vaivén. La poeta ha elaborado giros de sentido abandonando su materialidad en favor de la del poema. Sólo así pudo atisbar lo que reverbera sin decirse: «los ecos          de los tendones» (p. 63) como el discurso para el que debemos practicar la escucha; «la estrategia          de la circulación» (p. 64) que es también estrategia lingüística; y «una redefinición          del espacio» (p. 50) que vuelca los potenciales saltos en vuelo poético.

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