Entrevista a Claudia Apablaza a propósito de su novela La siembra de nubes

La escritora chilena Claudia Apablaza (Rancagua, 1978) lanza su primera novela, La siembra de nubes, publicada por Almadía en España y México y próximamente por Seix Barral en Chile. La trama se centra en Amelia, una investigadora chilena que estudia los efectos nocivos de la siembra de nubes y que obtiene una beca para continuar sus investigaciones en Canadá. En la víspera de su mudanza, Amelia debe decidir qué hacer con unos libros heredados de su tío Aquiles, lo que reaviva preguntas sobre su pasado familiar y sobre las razones por las que apenas se habla de él. A lo largo de una narración construida fragmentariamente y con un tono intenso y fatalista, La siembra de nubes explora el miedo ante la crisis ecológica inminente, los fantasmas de la dictadura, la volatilidad del amor y del deseo y, especialmente, la tensión entre aferrarse y dejarlo todo.

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Para quienes no sepan, ¿de qué va La siembra de nubes?

La siembra de nubes es una técnica artificial para hacer llover que se usa desde el siglo XX en diversos países del mundo para combatir las sequías y mejorar los cultivos. Como todas las intervenciones al clima, tiene detractores y promotores, por ejemplo, hay activistas que se oponen a esta práctica de intervención climática por los desastres medioambientales que supone y el desequilibrio para nuestra ecología. Ahora bien, también se reflexiona mucho en los beneficios de esta práctica, sobre todo por el tema de los cultivos y las sequías, que es una técnica necesaria para mantener cierto equilibrio. 

El personaje de mi novela es una investigadora chilena que estudia los efectos negativos de la técnica de la siembra de nubes y que recibe una beca para continuar sus investigaciones en el extranjero. Ahí comienza la novela. Comienza con esa pregunta y desde ahí se abre una ventana a su pasado.

Leyendo Historia de mi lengua encontré este pasaje: “Recuerdo con rabia cómo me demoré cuatro años en escribir La siembra de nubes, cuatro años atacando mi propia escritura. Ralentizando un proceso para lograr otras expectativas. Escribir y borrar, sacar párrafos, reordenar la estructura, condenarla. Pero algo adentro se resistió, una vez más. No lo logré. Algo adentro dijo que no, que jamás escribiría una novela. Cuando la releo y reescribo, vuelvo a reconciliarme con mi forma de nombrar, de articular las frases. ‘A mechoneos con la sintaxis’, dijo una crítica una vez”. Ahora que acabas de publicar esta novela, ¿qué piensas de lo que escribiste entonces?

Pienso que muchas de esas reflexiones que están en el libro Historia de mi lengua acerca de La siembra de nubes caen dentro de lo que llamo “ficciones acerca de nuestra propia escritura”. Siempre estamos armando un discurso acerca de cómo escribimos, sobre todo para dar entrevistas o escribir textos acerca de esos procesos, artes poéticas que también sostienen el discurso público acerca de nuestro trabajo, lo acompañan. Ahora bien, luego en la escritura misma esas ficciones no tienen por qué condecirse con la escritura misma, pueden traicionar esos discursos sin problema, porque la escritura es un lugar incierto, que avanza a tientas, que muta, traiciona, se frustra, se engrandece. Todo es parte de un juego mayor y de largo aliento. En ese sentido me gusta mucho el libro Escribir antes de Sabina Urraca (o Diario de novela, según la edición), porque si bien es un diario de cómo escribió su novela El celo, hay una deriva que trasciende por completo el proceso de El celo, va más allá, es escritura como tal.

¿Por qué hablar de la crisis climática y vincularla con temas como la memoria postdictatorial chilena? ¿Qué te acerca a esas inquietudes?

Por un lado, porque ambas son parte de nuestro presente. La crisis medioambiental es ahora y avanza de una forma desmedida con consecuencias que de seguro no somos capaces ni de imaginar. Como dice la escritora uruguaya Fernanda Trías en su discurso al ganar el premio Sor Juana Inés de la Cruz que dedicó a la crisis medioambiental: “El apocalipsis de mi generación es el terror climático”. Es ahora, es nuestro apocalipsis presente. 

Por otro lado, y en relación a la memoria política en Chile también es en el ahora, han pasado ya más de 50 años desde la dictadura en Chile y los efectos de la dictadura los seguimos viendo en el hoy, basta con mirar el perfil de algunos candidatos para las próximas elecciones presidenciales en Chile, y el avance indiscriminado de la extrema derecha. Por ejemplo, el candidato José Antonio Kast, o Johannes Kaiser, que dice barbaridades como que apoyaría un nuevo golpe militar en Chile. Aún hay muchas lagunas y vacíos en los que aún tenemos que detenernos. Insistir en resguardar esa memoria política de nuestro país y vincularlos con nuestro presente que es ese apocalipsis medioambiental en que estamos sumergidos.
La protagonista de La siembra de nubes está cruzada por ese presente, esas inquietudes, los afectos, la memoria política y la ecología. La construyen y la interpelan.

Formalmente, La siembra es una novela compleja. Optar por escribirla de forma fragmentada te permite jugar con otro tipo de textualidades (mensajes de texto, listados de cosas, fragmentos de otros textos) y cambiar de perspectiva en cuanto al personaje que habla en algunos momentos puntuales. Además, es muy particular cómo incorporas el lenguaje científico en tus personajes. ¿Por qué escogiste escribir de esta manera? ¿Qué lecturas hiciste a lo largo de tu proceso de escritura?

Pienso siempre así la novela, un artefacto escrito a partir de distintas textualidades y voces que narran. Para mí eso es una novela, ese juego con las formas y las voces que construyen un relato. En ese sentido, siempre que comienzo a escribir una nueva novela busco esa forma que mejor le corresponde para narrar lo que quiero narrar, rebuscar y ensayar para dar con la forma que le corresponde a esa historia. En este caso, por ejemplo, intercalar la voz de la protagonista con la voz de su abuela o de su tía fue fundamental, porque ambas resguardan una memoria a la que Amelia no podía acceder de otra forma distinta a las conversaciones que sostiene con ellas. Se evidencian así puntos de vista distintos frente a un mismo fenómeno, el de la abuela es muy distinto al de la tía, relatos que Amelia escucha y procesa para enfrentarse a su propio presente.
En relación a las lecturas fueron cinco años, así que leí desde textos académicos para mi tesis doctoral (que también tiene que ver con Chile y movimientos sociales), a investigaciones científicas acerca de la siembra de nubes, textos periodísticos acerca de la siembra, mucha narrativa chilena y latinoamericana, que es lo que suelo leer, sobre todo escrita por escritoras contemporáneas. No voy a darte muchos nombres porque la lista de las lecturas que una realiza en cinco años es enorme, pero sí releer una vez más a clásicos de la literatura latinoamerica del siglo XX como Carpentier, Donoso, Bolaño para reencontrarme con esa novela de largo aliento, el recurso distendido fue fundamental, a la vez que volver al desgarro y ternura de Gabriela Mistral a propósito de los 80 años de su premio Nobel, también fue crucial. Chile, Latinoamérica, la naturaleza, la migración y la memoria apoyaron mi proceso de escritura.

En términos argumentales, se podría decir que la novela es una larga despedida, marcada por la constante sensación de fatalismo de Amelia, de que las cosas se van a acabar (ya sea el mundo o sus relaciones personales), y también por su apego, por ejemplo, hacia la biblioteca de Aquiles. ¿Qué piensas de leer la novela de esta manera?

La novela sí es una larga despedida, como dices, marcada por una sensación de desastre constante. Quise trabajar la novela en esa agonía de la despedida, pensar qué duelos se abren al trasladarse de país, el sumergirte en otra cultura y en otro territorio. Me interesa ese fragmento de tiempo que supone una despedida, la intensidad de ese momento, ese resumen de la vida. Hay un libro de una autora mexicana Marina Azahua, Archivo agonía, que narra la historia de una artista que retrata el momento justo antes de la muerte, esos minutos agónicos, uno por ejemplo de una mujer que es llevada a la silla eléctrica y otro de un hombre que se autoinmola. En ese sentido detener el tiempo por medio del relato, hacer un fragmento de tiempo y sumergirte en esos días o segundos antes de que algo suceda, todo lo que se condensa ahí me pareció material literario sugerente. En el caso de la siembra es el fragmento de tiempo que se abre desde que le avisan a Amelia que va a viajar hasta que emprende el viaje, todas las preguntas que se abren ahí, y la velocidad e intensidad con que se conecta con su presente y pasado político y afectivo.

Por otro lado, es interesante que los dos libros cardinales para Amelia sean uno canónico (Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier) y otro inventado (Los niños de Rusia, de Julia Auger). ¿Por qué este libro de Carpentier y, sobre todo, por qué inventar el libro de Auger?


Sí, son dos libros dentro del libro y cada uno tiene sus claves de lectura. Los pasos perdidos fue el libro que estaba leyendo cuando comencé a escribir La siembra de nubes, en el año 2019. El personaje principal prepara un viaje a la selva y se despide de su mujer. Emprende un viaje interior y convulso. Creo que por un lado tomé esa referencia para dar pie a la escritura de La siembra y parte de su poética del viaje, además, como dije arriba, reconectar con la lectura de novelas latinoamericanas de largo aliento.
En relación al libro de Los niños de Rusia, es un libro ficcional dentro de la novela, es una clave autobiográfica del texto. Mi tatarabuelo se llamaba Julio Auger, un francés que no reconoció a mi bisabuelo, Julio Valenzuela, no le dio el apellido, entonces él tomó el apellido de su madre, Rosa Valenzuela. En realidad, parte de la historia que encarna Aquiles, que no reconoció a Amelia, es la historia que funda mi ala familiar materna. Una familia que carga, maravillosamente, con el apellido de una mujer. Decido cambiarle el género a Julio Auger y ponerle Julia, además de ponerlo a rescatar la memoria con su escritura, no sé si como castigo o designio. En fin, cosas internas de cómo tejí esta novela. Cambiar nombres, oficios, tiempos y afectos, que todo ello se mueva en la novela así como se mueven las nubes.


¿Cómo vincularías tu escritura con la de otros autores y autoras actuales? ¿Cómo relacionarías La siembra con lo demás que has escrito?

Podría pensar mi escritura vinculada temáticamente a otras autoras latinoamericanas, como por ejemplo, pensar en las autoras en el que sus libros se leen desastres climáticos, como Fernanda Trías en Mugre rosa, Samanta Schweblin en Distancia de rescate o Sylvia Aguilar Zéleny en Basura, autoras que admiro profundamente por fijar su mirada en este apocalipsis, a la vez que la forma en que lo hacen. Pero a la vez, más que vincular mi escritura con escritoras actuales, me gusta pensar en la dimensión atemporal de las lecturas que configuran nuestros textos. La siembra de nubes fue escrita al ritmo de la lectura del libro del escritor cubano Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, que narra el viaje de un músico al corazón de la selva venezolana para encontrar el origen de la música. El viaje que realiza la protagonista de la siembra, Amelia, es un viaje convulso a la memoria familiar, emocional y política, o eso creo haber intentado hacer.   

Para terminar, ¿qué formas encuentras cuando miras las nubes?
Me cuesta mirar ahora las nubes con inocencia, cuando miro nubes y me detengo en ellas siempre estoy pensando si son artificiales o no, quién las sembró y con qué motivos y qué consecuencias tendrá. Además de eso no puedo dejar de pensar que esa mirada, mi propia mirada a las nubes, es una extensión de mi texto.

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