I
El tiempo aquí permanece atrapado en un sopor
que huele a polvo
secado al sol.
Muchos fueron y vinieron, quizás algunos quedaron.
A veces los siento
cuando el viento mueve
las hojas de parras, cuando escucho un eco casi imperceptible
pasos subiendo las escaleras,
pisando mis talones,
y una sombra se escurre por el rabillo del ojo
antes de despedir el día.
A veces escucho desde muy lejos
el eco de sus voces. Siguen resonando
en otras escenas,
en otros momentos, todas confluyendo bajo este mismo techo.
Aún casi podría
retirar el trapo viejo,
escudriñar por ese agujero
que separaba el techo del suelo, y ver sus rostros nítidos
mientras ellos discurren
por los quehaceres de la crianza, ajenos a esta realidad
donde hace ya tiempo dejaron de existir.
II
Alcanzo a comprender que el vacío que dejaste no se llenará; por años que pasen,
por cosas dichas.
Ese hueco tiene tu nombre.
Alcanzo a comprender que crecer es coleccionar ausencias, acumular huecos en estanterías
que se llenan de un polvo dorado
-la pátina amable de la nostalgia.
Huecos,
etiquetados con nombres y apellidos, que no harán sino acumularse
hasta que mi propio nombre adorne
los huecos de las estanterías
de las personas que un día me amaron.
OCTUBRE
Octubre de nostalgia habitual y promesas fragmentadas.
Retales de paz,
caminos incompletos,
estudios de naturalezas muertas, falsetes, pliés y retirés.
Miro por el caleidoscopio del dolor
el abrazo inesperado
las luces vacías
un parapeto de geometrías cambiantes
Cae el agua caliente
me despojo del peso
de un manto y de una manta
mi mano se desliza por el picaporte contengo la respiración.
Lucho por aguantar el pulso con el nuevo día.
ENERO
I
Pensamientos que surgen a borbotones. Inowroclaw onírico, y una sinagoga
que quién sabe si existe, o dónde existe.
Un revoltijo de sabor reflujo ácido, paranoia y nostalgia
de un pasado que nunca fue mejor.
Me duele el cuerpo bastante,
y un poco el alma.
Los sonidos mueren en mi garganta.
Es 10 de enero, es extraño no haber escrito antes para crear propósitos vanos,
o qué se yo.
Pude sobrevivir apenas a la primera semana de un año que no sé si promete éxitos o eternas
retiradas.
II
Perdí mi juego de té en la última mudanza. Perdí mi gorro de dinosaurio
en algún rincón del vasto mundo,
no sé a qué lado del océano.
Pequeñas pérdidas
se unen a todas las pérdidas.
Juntas forman La Pérdida.
Mi juego de té y mi dinosaurio,
junto con todos los calcetines sin pareja de la talla 0 a la 39.
Mi tigre de peluche,
Los Mejores Cuentos de Nuestra Vida, las amistades que descuidé,
las tumbas que yo mismo he cavado.
Todo se perdió
y habita en algún recóndito lugar.
Se ilumina como El (Gran) Botón Rojo que nunca pude resistirme a pulsar.
Quizás debo resignarme a ser
la rata de laboratorio que,
moralmente en contra de comer queso, siempre decide electrocutarse.
