Algo levita con disonancia en el nuevo lanzamiento de Kevin Parker, o de Tame Impala, que espiritualmente parece ser lo mismo pero no. En su última entrevista a GQ1, confiesa que la música siempre ha sido una forma auxiliar de lidiar con la realidad. Fue ahí donde descubrió su faceta artística en la soledad de su pasado difícil, lleno de ansiedad social y de relaciones personales complejas, más cercanas a la disfuncionalidad que a otra cosa. Bajo los efectos de pastillas psiquiátricas y un martini en la mañana, le confiesa a su entrevistador que una suerte de maldición le persigue a la hora de componer y crear: ese efímero placer de hacer arte, con la banalidad exagerada que persigue a nuestra época. Es su obsesión, su manía por trabajar la música, una catarsis interna que produce la frecuencia más nihilista y desmoralizada de su alter ego hasta la fecha. Se puede ver al músico mirándole los pies a la muerte mientras sostiene a su hija, sonriendo bajo su pómulo, a contrapelo del trasfondo de la obra, en una portada que une su interior más escondido con su exterior más expuesto en la ausencia de color, en la escala de grises, y en cómo Deadbeat es una celebración de su vida erigida en lo miserable. Como una rave oculta con sus propias reglas. Un mundo aparte, alejado de todo, rozando el vacío. Su propio testimonio sirve de ejemplo, donde nos narra la casualidad que fue hacer el cover del disco, o la propia campaña de marketing, tocando sets con un perfil bajo, confesando las influencias electrónicas y funk que sirvieron de inspiración para el disco. Las nuevas protagonistas del álbum.
Los viejos caminos… de nuevo
Podría decirse que hay otra emotividad en Tame Impala. Ya no es tan disociante, o infinita, si no concreta, y metafóricamente pesada. La juventud de su música en cortes como el Innerspeaker o Lonerism, sus primeros discos de rock psicodélico y neo psicodelia, se quedó ahí. Ya no es explosivo, ni gigante. El productor se permitió usar otras formas a la hora de trabajar su quinta grabación. Desde el viraje pop y r&b de Currents, o el aún más bailable pero plástico synthpop en The Slow Rush, han pasado cinco años para que regrese uno de los prodigios de la música mainstream actual. Sucedieron colaboraciones con Dua Lipa, Travis Scott, Justice y Gorillaz entre medio, donde reinventó su manera
de entender el groove y la música festivalera, esa de grandes masas. Las luces de la industria son en parte suyas, pero a Parker no le importa eso. Quizás es contraproducente teniendo en cuenta la fuerte figura que representa su discografía en el rock y el pop contemporáneo, pero lo que hace especial
a Tame Impala es su libre y original interpretación de las tendencias musicales de la historia de la
música reciente.
Cuando era pequeño Kevin escuchaba Life is Peachy de Korn sin parar después de clases, porque era de las pocas cosas que le aliviaba. Y ahora es capaz de admitir que el techno es uno de sus grandes amores sonoros (es decir, la definición misma del “escucho de todo” que todo melómano ha dicho para ahorrarse una vergüenza). Confiesa que el sesgo de la música indie frente a la música de baile, EDM o derivados, siempre ha sido por una percepción de pobreza intelectual. Y siente que, al final, ese tipo de sentencias terminan quitándole sentido al arte. “No existen los placeres culpables en la música”, nos propone como solución a ese problema. Y lo dice con doce canciones bajo el brazo de honestidad pura. De una franqueza que descoloca o retumba en cualquiera.
Sentirse perdedor, sin mucho que hacer
Darle play a Deadbeat se hace sentir como entrar a un club extravagante de gente melancólica y perdida. My Old Ways abre el telón con un piano acapella, sonando más a un demo o una grabación con el celular que a una canción. Kevin canta al ritmo de los acordes hablándose a sí mismo: “I’m sliding, powerless as I descend” (Resbalo, inmóvil mientras caigo), revelando un beat de house casi por sorpresa. De repente, todo se convierte en un sunset de lobos solitarios reunidos para ladrarle las mismas cosas a la luna. El beat avanza y parece no tener fin hasta que los sintetizadores a contratiempo e in crescendo, muy al estilo de Telefon Tel Aviv y las baladas del Immolate Yourself, cierran la melodía frágil e intimista. No Reply funciona a modo epistolar como una disculpa franca y espiritual de un ser inadaptado con poca habilidad expresiva y emocional, casi roto. La estructura y las percusiones recuerdan al The Chemical Brothers de su era 2010, cuando hacían progressive house a la vieja escuela, directo y simple, pero suavemente, en su último tercio de duración, regresamos a la escena inicial de Kevin estando solo, grabándose junto al piano, en fácil los segundos más delicados y preciosos del disco. Se respira el mismo aire montañoso que en el outro de mañana, el reggaeton de Tainy, The Marías y Young Miko. Las comparaciones en ningún caso son despreciativas, sino de cercanía. Los paisajes son más fríos en este momento, y es en esa realización cuando llega el single más icónico del disco: Drácula.
Debe ser la fecha en vísperas de Halloween, o la misma tónica en Deadbeat, pero esa capa funky tan presente en canciones del estilo como Thriller de Michael Jackson o Psycho Killer de Talking Heads, se puede ver en Drácula ejecutada de una forma increíble. Se nota que acá estamos en los dominios del proyecto, y porque básicamente tenemos el himno spooky del año en cuanto a cultura pop se refiere. El coro angelical que contrasta con la batería juguetona y el órgano anunciando que la oscuridad se ha apoderado de nosotros, eclipsa perfectamente con el baile zombie o fantasmal de la canción. Sin duda de los puntos más altos de la escucha.
Luego viene el valle de Loser, Oblivion, y Not My World, donde la intensidad decae un poco en pos de una apertura musical más abstracta. Loser es la hermana ideológica de Drácula, en el sentido del sonido Tame Impala más clásico, siendo la canción más arquetípica en su fórmula. Lo único que cabría destacar es que la autocompasión de la letra, hablándole a una mujer a raíz del amor roto entre ambos, solo funciona porque le demuestra que es una farsa, admitiendo lo derrotado que se siente, en un punto casi inimaginable. Oblivion se pasa al pop alternativo que utiliza ritmos latinos, en este caso el dembow, en sintonía con Empire Ants de Gorillaz y Little Dragon. Not My World vuelve al techno como tal. Acá ya podemos escuchar la influencia de artistas como Orbital o Paul Van Dyk, estilos tech centrados en la atmósfera y el trance. Piece Of Heaven es derechamente una de las baladas, y como tal, es lenta, romántica y un poco tendenciosa al hit. El outro emotivo con piano y acapella aparece otra vez para cerrar. Y es a partir de aquí que el disco se vuelve realmente interesante en términos de producción.
El fin del verano
Obsolete es un baño de agua fresca después de un proceso relativamente intenso y experimental, pero la verdad es que está ahí para expandir los recursos estéticos que se vendrán luego. El soul hace llevadera la decepción y la crisis de una autoestima dañada. Con un groove pegadizo de la escuela de Pharrel Williams, tirando hacia al hip hop dosmilero, y con una estructura muy pop, Parker nuevamente juega a dos manos. Es un balance muy bien pensado entre el Tame Impala de las listas Billboard y un riff minimal y psicodélico, añadiendo una textura más rockera en su tramo final. Llegado a este punto, Ethereal Connection es el verdadero punto de inflexión en la discografía de Tame Impala. Derechamente es una canción de techno, que combina el ambient de los sintetizadores con una batería progressive house al hueso. Por la estructura de los coros y los puentes, con un bombo seco, bien reverberante, esta nueva faceta desencantará a los fans más puristas de la banda, tildándolo de tendencioso o de una copia hippie del hard techno que hace Sara Landry o Nico Moreno en la nueva oleada comercial del Rave de esta década. Pero aquellos que apreciamos la valentía y el pensamiento menos ortodoxo en la música, no puede ser más que una buena señal hacia el futuro. Cualquier adepto a la electrónica diría que esta canción se desenvuelve sorpresivamente bien; nadie hace diez años diría que Parker será capaz de hacer un techno así de bueno, de tú a tú con los estándares de una industria saturadisima y llena de una performatividad vacua y clean de reels de instagram en Tomorrowland o Ultra. La apuesta hacia la radicalidad ratifica el genio musical de Deadbeat. Para nada es un disco perfecto, ni una obra maestra, pero tiene tanto cariño y atención al detalle que obnubila un poco. Y se disfruta a concho, como decimos en Chile. A los tres minutos entra la voz aguda y surreal para que la melodia . La batería sube y entran las percusiones hipnóticas con un bajo fuerte, que se va acoplando erótico al groove intenso, en un drop loquísimo de esos que no quieres que se acaben. La rave ya es visible con esos pads trance al final, después de un baile de ocho minutos sin parar. Yo creo que de ahí viene la necesidad de mover deadbeat a través de mixes en lugares como The Lot Radio en New York, o en una fiesta secreta que hizo días antes del lanzamiento en Naucalpan, México. También hizo una listening party en el Café Tondo de Los Ángeles, donde se puede escuchar que pinchó QUE NO SALGA LA LUNA de Rosalía con un house discreto. El público al que apunta es a uno más desenfado, sin pretensiones ni ideas fijas. Solo pasarla bien y disfrutar de un buen momento. Y por sobre todo libre de las presiones del mercado actual de llenar estadios y desbancar a estos neo ravers dispuestos a pagar cualquier cosa por lograr el post
en instagram.
La última patita viene dividida en tres: See you on Monday (You’re lost) es la segunda y última balada, o la única canción que solo tiene instrumentos fuera de lo rítmico. Un moog saltarín vuelve a la palestra y pinta un paisaje coral con la voz de Parker entonando diferentes oraciones a la vez. Es muy inocentona en su musicalidad. Se siente como un jingle para relajar otra vez los estribos. Pero Afterthought agiliza el moog desde la solemnidad a la pista de baile. Estamos frente a la influencia más clara de gente como Justice, Daft Punk, y todo el french house con su carácter luminoso y un flow elegante. La línea de bajo literal es una bola espejo en una cueva a los pies de la playa. Ahí, para despedirnos a la hora del amanecer, está End Of The Summer. El tercer single del disco. El progressive house se toma por completo esta pieza, siendo más mesurada respecto a Ethereal Connection, pero más compleja y armónica a la vez. Las voces se pitchean y la melodía es el leitmotiv de la batería flotante. Hay un soundplay más coherente y variado, pero la canción descansa en ese lado atmosférico de los sintetizadores del disco y se convierte en un vaivén de figuras y percusiones más pausadas, dándose espacio entre ellas para que la calma no decaiga.
Incluso aunque no signifique nada
A pesar de que el disco sea bastante disfrutable, ya es notoria la resistencia del fandom de Tame Impala apenas salió Deadbeat. La crítica ha sido tibia, sintiéndolo más como un retroceso en cuanto a su expediente de hit asegurado en la industria, y la culpa, para los snobs, la tiene el techno. Aún con eso, ya tienes a Travis Scott señalando que sería el mejor disco que ha salido en los últimos dos años, y llama a sus fans en Instagram para apoyarlo en este momento. En parte se entiende que Deadbeat puede descolocar al público de Tame Impala, pero su filosofía asegura una exploración y tecnicidad asombrosa para las capacidades del músico introvertido, ensimismado, y extremadamente creativo que compuso The Less I Know The Better, enamorando a todos. La idea de no tener límites que se ha autoimpuesto Parker al hartazgo de ir al estudio una y otra vez para grabar maquetas sin encanto, le hizo reinventarse desde adentro. Y se nota que lo disfrutó mucho. Fue una batalla personal que el tiempo le dará. Seis meses ininterrumpidos de mezcla y de grabaciones no son en vano. Por dejarlo todo en la mesa,
el productor llegó a enfermarse de tinnitus. Aunque ya aprendió que, para el próximo disco, sólo
debe relajarse.
Para entrar en perspectiva podríamos leer a una compatriota suya, McKenzie Wark, quien relativiza el rave hacia el sentido estético de esta música. En su libro Raving, cerrando el capítulo quinto titulado por Abstracción Resonante, dice que “El techno comenzó como el sonido de la negritud dándose a sí misma un futuro en las ruinas. ¿En qué se convirtió? (…) En el mejor: en un tiempo maquínico, sónico, que puede soportarse. Un tiempo soportable, tiempo-k, para una época en la que el tiempo de la duración no está disponible”. La necesidad de perdurar implora que el lenguaje se tolere a sí mismo de forma sostenida e implacable. O al menos, se prolongue. Por eso la forma del techno es tan cansina, homogénea. Se resiste a todo. Y sus cambios son anárquicos o caóticos, u obtusos. En otras palabras, es ahí donde está la capa extra de textura que necesitaba Tame Impala. Su universo se expande de forma alentadora, de a poco. El espíritu renovado de su música esconde una ambición que no se quedará solo en Deadbeat. Con eso, lamentable es para aquel fan que desea el sonido insigne de Feels Like We Only Go Backwards o de Lucidity. No le quedará de otra que adaptarse a las cajas de ritmos, o terminará decepcionado. Varios se irán, si, pero otros llegarán felices. El recambio le brindará hitazos a Kevin Parker en el futuro. Puede que hasta desarrolle un sonido aún más duro y crudo en un proyecto alterno, como lo ha hecho con Telepathic Instruments, su propia marca de instrumentos electrónicos. Es demasiado pronto para decir que esta nueva era del músico ya ha agotado sus posibilidades.
Por mientras, no dejemos de bailar.
De alguna forma, todos estamos en esta fiesta.
- https://www.gq.com/story/tame-impala-gq-hype ↩︎
