Inquietud. Malhumor. Desconsuelo. Estado de alerta. Calor. Hiperactividad. Desesperación. Desconexión. Neurosis. Opresión. Ansiedad. Hay quienes hablan de la aparición de algunos ecos misteriosos, de algunos silencios espesos, de sombras que en la noche oscura se mueven. Una búsqueda simple en Google es suficiente para que aparezca la sintomatología clásica del insomne. Pero con eso no alcanza.

Mis problemas para conciliar el sueño han sido una constante durante toda mi vida adulta pero esos problemas se convirtieron en una imposibilidad real e ineludible hace más o menos tres años. Quizás un poco más. Desde hace más o menos tres años que paso sin dormir una noche o dos, por semana.

El término insomnio viene del latín insomnium y significa, literalmente, sin dormir. En lo personal prefiero la forma que tenían los griegos para designar la falta de sueño: agrypnotic, que viene de agrupos (desvelado) —que a su vez viene de agrein (perseguir)— y hypos (sueño). Según los griegos el insomnio no es solo un estado de falta de sueño, sino que implica su búsqueda, su persecución, como si fuese una presa que requiere ser atrapada. O como si fuese un lugar al que hay que llegar.

Según Lacan, el deseo nace de la falta. Si esto es así, me declaro enamorado del sueño. Febril de amor salgo a su caza cada noche pero no lo alcanzo, no llego.

En Insomnio, Marina Benjamin plantea que es una experiencia del desarraigo: «te arrancan del sueño como a una planta de su tierra de origen, luego te sacuden para que caiga todo vestigio de somnolencia adherido y queda la confusión al descubierto, expuesta como terminaciones nerviosas».

Thomas Edison creía que dormir era una pérdida de tiempo. Margaret Thatcher dormía solo 4 horas por noche. Churchill además de tener problemas de sueño lidiaba con una depresión que iba y venía.

Pero, ¿qué es dormir? Benjamin propone que es una cuestión de gravedad, de peso: «(dormir) te tira hacia abajo, te asienta en el suelo, te entierra. Mientras duermes te vuelves a conectar con el sustrato que provee nutrientes y descanso reparador». En Funes el memorioso, Borges lo definió así: «dormir es distraerse del mundo». En su poema Durmiendo en el bosque, Mary Oliver habla de caer en el asombroso abrazo de la tierra que la lleva hacia sí maternalmente mientras ella poco a poco va durmiéndose en el suelo musgoso, húmedo y frío del bosque, en un letargo profundo, como una piedra en el cauce del río.

El sueño es un estado de divinidad, el que duerme es un dios dice Amado Nervo en su poema Dormir.

Me pregunto por qué no puedo dormir. Me pregunto por qué habemos quienes una vez llegada la noche el sueño se nos vuelve algo tan esquivo. Me pregunto cuántos somos. Me pregunto si es que podemos hacer algo. Me pregunto si queremos.

Se estima que el 15% de la población adulta padece de insomnio crónico. Se estima que el 40% de la población adulta ha experimentado insomnio al menos una vez en su vida.

De acuerdo con la teoría de los 4 temperamentos, yo soy colérico: propenso a la ira, impaciente, irritable, impulsivo. Lo de impulsivo se repite en mi carta astral: tengo ascendente en Aries. También forma parte de mi diagnóstico psicológico. Me pregunto si algo de todo esto tendrá que ver con mi insomnio.

Cuando cae la noche la cosa es así: como en un ataque fulminante mi cuerpo se incendia todo a la vez, la máquina entera, de pies a cabeza. Florecen mensajes, fluyen pensamientos, explotan emociones, el cuerpo se transforma por completo en un organismo que produce electricidad a chorros y no tiene botón de apagado. Todo es estímulo. Como en una foto de Rinko Kawauchi, las cosas adquieren una luminosidad empalagosa, difícil de esquivar.

Lacan relacionaba el insomnio con la incapacidad de soñar. En él, insomnio no es la ausencia de sueño, sino un despertar forzado y una ausencia contra la angustia que surge cuando el sueño se desfigura al intentar expresar un deseo reprimido. El insomnio como defensa contra eso que no podemos lograr, lo que nos atormenta.

Armo mi historia clínica del sueño, del dormir: cuando era niño vivía con mi papá y con mi hermano: una semana cada uno nos turnábamos para dormir en la cama grande con él. El fin de semana dormíamos los tres juntos. Dormía bien. Cuando tenía 6 quise empezar a dormir en mi propio cuarto así que mi papá me lo armó en una habitación que hasta ese entonces la ocupábamos para guardar cachureos. Entre piñatas, vasos, platos y juguetes viejos construí mi primera fortaleza. Dormía bien. No me daba miedo ni la oscuridad ni el silencio. Cuando mi papá venía a darme las buenas noches, yo le pedía que me apagara la luz. A los 9 empecé a vivir con mi mamá. Tenía mi propio cuarto. Dormía bien. Resumo: dormí bien, o relativamente bien, hasta hace tres años. Hace tres años me separé. En realidad se separaron de mí, yo me enteré después.

Para qué inventar el infierno cuando existe el insomnio, se pregunta la protagonista de una novela de Amélie Nothomb.

Cuando me separé la depresión que llevaba años dormida dentro de mí despertó y yo no pude dormir más.

La relación entre depresión e insomnio es bidireccional: el insomnio puede ser un síntoma de la depresión y, al mismo tiempo, puede desarrollarla o empeorarla.

Escribe Tamara Kamenszain en El libro de Tamar: «Cuando él se fue, las noches se me complicaron. En la soledad de la cama matrimonial, una serie de ruidos extraños que antes nunca había percibido empezaron a emerger del techo y de las paredes como si hubieran estado desde siempre agazapados en el ADN de la casa esperando esa oportunidad para hacerse presentes».

Cuando me separé empecé a dormir en el sillón. No porque no tuviera cama ni porque fuese incómoda o porque estuviera ocupada. No entiendo bien los motivos detrás de esa decisión que me acompañó por tanto tiempo. La cama estaba ahí, enorme, imponente, altiva. Era como si no tuviese fuerzas para conciliar el sueño ahí, era como si hubiese renunciado de antemano al descanso. Quizás sentía que no lo merecía. Quizás simplemente no quería volver a dormir en esa cama. Entonces comenzaron las pesadillas y el insomnio.

Durante los primeros años del siglo pasado —y siempre durante las primeras horas del día, o de la noche, para ser precisos— era posible ver, si uno sabía dónde mirar y también esperar el tiempo necesario, a un joven de abrigo y sombrero merodeando la tundra noruega, la estepa, los pueblos rurales que bordean al Ártico. Su nombre era Nikolai Astrup y dedicó su vida a perseguir y tratar de representar esa luz tan única, tan propia de allá. Su obsesión fue el color y el tono. En sus cuadros la vida irradia, satura. Tenía una enorme fijación en la manera casi sobrenatural en que mutaban los colores cuando se retiraba la luz. Así, de ese modo, inmerso en esa obsesión que le consumió toda la vida, encontró la manera de sobrellevar su insomnio.

Cuando no puedo dormir leo. Y cuando no puedo leer en mi casa salgo a caminar. Doy vueltas largas, de dos o tres horas, a ratos voy leyendo, a ratos solo voy caminando, me paso por afuera de la casa de Leonardo Favio y tiro un beso al aire, me paso por afuera de la casa de Pizarnik y tiro otro beso al aire. A veces se deja ver alguna estrella, el resto del tiempo el paisaje es bruma plana. «Acostumbrado al sonido del viento», escribió Anne Carson, así voy. Después vuelvo. No siempre al volver puedo conciliar el sueño.

¿Rothko? Insomne. ¿Woolf? Crónicamente insomne. ¿Vilariño? Insomne, salvaje como mar abierto. ¿Calvert Casey? Insomne y melancólico ¿Rodrigo Lira? Insomne y depresivo. Y suicida. «Tengo la sensación de ser un muerto que respira y trata de dormir», anotó Piglia en sus diarios. «La gente que nunca duerme es más real», canta Charly. A Lucrecia Martel le llegó el insomnio después de ver una persona desmayarse en un velorio, iba en tercero de primaria. Ahí comenzó a leer. «La incertidumbre genera insomnio», nos advierte, «solo lo constante desaparece».

Alexandra Kohan se pregunta si es que el insomnio no está ahí, a veces, para dibujar una cartografía de lo incierto, para hacer de la incertidumbre algo no tan temible. Se pregunta si acaso el insomnio en vez de transición no es un lugar en sí mismo. Cita a Juan José Saer: «Algunas noches no es el sueño lo que sucede al insomnio sino una lucidez ciega, una vigilia incandescente, que no es lucidez de nada ni vigilia para nada, y que me deja inmóvil, fascinado. Llegado a ese punto, me siento como vacío de recuerdos y sin nada en qué pensar».

En En caso de amor, Anne Dufourmantelle se pregunta cómo sería si el insomnio fuese algo deseable: «acoger el insomnio, darle hospitalidad, nos da acceso, como la escucha analítica, a una otra soledad, ni agobiante ni culpable».

Una de mis primeras obsesiones de niño era ver el amanecer. Creo que pensaba que tenía que pasar algo asombroso, en mi pequeña cabeza infantil no cabía la idea de que podía ser algo sin mística, que podía ser algo aburrido. Para mí se configuraba como el mayor misterio de la humanidad, me preguntaba cómo la noche deja de ser noche y empieza a ser día. Me preguntaba qué colores había entre el negro y el celeste. Me preguntaba si es que de mañana la paleta también pasaba por el rosa.

Clarice Lispector, reconocida insomne, amaba los amaneceres, los abrazaba como destino: «Pero cuántas veces el insomnio es un don. De repente despertar en medio de la noche y tener esa cosa rara: soledad. Casi ningún ruido. Solo el de las olas del mar golpeando en la playa. Nadie me interrumpe la nada. Después va amaneciendo. Las nubes aclarándose bajo un sol a veces pálido como una luna, a veces de fuego puro. Voy a la terraza y tal vez soy la primera del día en ver… la espuma blanca del mar». Me pregunto cuánto tardaré yo en reconciliarme con la idea de no poder dormir. 

Es media tarde de un día de semana cualquiera. Ya casi está terminando octubre y hace mucho calor, en el cielo no se asoma ninguna nube y la luz quema, acuchilla. Voy caminando por Salguero. Voy a juntarme con una amiga, le contaré que anoche no dormí y ella me responderá que así no se puede vivir, que necesito descansar, me contará que cuando ella no puede dormir ve sombras moviéndose en la oscuridad y yo me preguntaré si acaso en Paraná, de donde es ella, la oscuridad tiene otra forma, otro color.

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