Al tiempo que separa y contiene, el concepto de totalidad presume abarcarlo todo. Pero, cuidado: un «todo» —o, mejor dicho, cada «todo»— nace entrecomillado, crece hasta donde puede y descansa en una pila con otros de su misma especie: pocas veces se trata de el todo[1] o de cualquier todo.
En una escala no tan menor, el «yo» es otra entidad totalizante que mira hacia dentro de quien la pronuncia (escribe, piensa o evoca) en un intento de revelar lo que atestigua. Ese opaco monosílabo de dos letras pretende abarcar todo lo que conozco de mí, al menos lo que me es accesible de mí. El vocablo «yo» ostenta decir más sobre mí que todos mis nombres propios y es el mismo pronombre-personal-en-primera-persona-singular dispuesto para cualquier sujeto hablante que se refiere a sí mismo; a sí mismo y nada más.
Toda palabra es una minúscula hipérbole de aquello que encarna: la obstinación con que los signos de «todo», «yo» o «toda-yo» se sostienen deja entrever la nimiedad de lo que guardan.
Es claro el carácter relacional y excluyente de las palabras «yo» y «todo» a pesar de que «yo» se disfrace de individual y «todo» de abarcadora. «Yo» y «todo» se anulan a sí mismas porque en la misma necesidad de ser dichas radica lo inminente: «todo» nunca lo es todo y «yo» nunca se adhiere a un sujeto único ni singular.
«Todavía», por su lado, es habitada por incalculables caminos y modos; no solo como lo sugiere toda/vía sino también como sinónimo de aún: incalculables caminos y modos en el tiempo. «Todavía» es lo que aún no es y también lo que está siendo: es permanecer en acción y, sobre todo*, en potencia: una figura que apunta en continuo hacia todas sus direcciones. Todavía es una estrella en la galaxia de la lengua.
Cuando digo «yo» quisiera decir —además de lo dicho— lo que todavía, lo que aún no, lo que nunca antes y lo que tal vez nunca: saberme cuerpo, cocinar como mi abuela, el sabor de ese hombre por la tarde, tener el oído de un murciélago, sostener la mirada de Clarice, articular como Barthes, escuchar Summertime desde la garganta de Janis, perdonar, elevarme como se eleva el humo del palo santo (perfume del cadáver de un árbol, humo fresco que arde), pensar como piensa un niño, bailar como ella, narrar un mar.
Cuando digo «yo» quisiera decirlo en subjuntivo. Que toda yo fuera una vía y todavía fuera yo. Que yo-vía y me atraviese. Que el signo fuera menos orilla, más río. Que mi orilla fuera un bordado de cauces. Que todos mis contornos fueran puente.
[1] Pensamiento lingüisticomágico sostenido en dos palabras.
* Esta no es una referencia, es un guiño.
