Que se vaya llorando el siervo herido,

mientras el siervo sano está jugando

Shakespeare, Hamlet.

Dios da a todos un talento. Pero a muchos da

lo que cabe en un pañuelo, y otros dicen

que no tiene palos para tantos puentes.

Y no quiero ponerme de ejemplo,

pero no ha sido un viaje tranquilo, con varias

gallinas en brazos, entre truenos de noche

como sabañones en una jalea de sombras.

Nadie puede ofrecer otro orden al arcoíris, yo

como cualquiera: leo, como y me hidrato,

me cuido con muchos jarabes que no conozco,

pero ahí están esas ideas, fierros montados, gas

de mil teléfonos que suenan desde adentro.

Si fui adulto

nunca se le ablandó la tierra del todo,

al pincho de ese espantapájaros.

Y si nunca me lavé luego de manosear

esa piedra venenosa,

es porque Dios no da a todos un talento.

Pocas veces, las plumas de un almuerzo

calentaron esta casa; cada día despegaron canastos

amarrados a un globo: pero la mafia

siempre alarga sobre ellos sus banderas. La ley,

como el tiempo, rejuvenece. Rejuvenecen

sus duraznos sobre todo el elenco del huerto.

*

Yo nací en Piuquenes, hijo de ese y de esa.

A tal edad me entraron a tal convento,

con esa otra: mi tía.

Allí me crie, allí tomé el hábito, tuve noviciado

y estando por profesar me salí. Fui a tal parte

me desnudé, me vestí, me corté el pelo,

desde allá hasta acá, y de vuelta. Me embarqué,

aporté, trajiné, maté, herí, maleé, correteé.

Hasta venir a lo presente.

A cierta edad uno deja de verse bien, se deja

la vanidad, se crece de ella. Y nadie dijo

que la máscara de fauno en este jardín fuera

una gárgola de la guarda; pero ahí está,

soplando su viento azul, sus doce triunfos,

con su boca de niño.

Sentí que las cosas me pidieron mucho

las peceras con la oscuridad de su agua verde

me obligaron a disolverles una pastilla de lejía

un as de oros. Y pensé

que el látigo era una fascinación olvidada,

pero todo lo que vi aún lo tengo, lo guardo

en cada departamento de una vida retirada.

Solo una vez al año era normal sembrar

una broma entre los amigos que descansan.

Una vez al año los pájaros se multiplican

como regalos a los pies de un árbol,

y el silbido de los cascabeles o el siseo

de semillas adentro de un guante: todo mazo

encuentra su palo, todo emboque se cierra

precioso y despierto, solo una vez al año.

*

En el plural de mi providencia, no envejecieron

todas las cosas. Dios era

esta especie de superhéroe que rompe bloques

para salvar trenes. Y creo que, si existe,

existe solo como un homenaje a esta coherencia,

porque a toda esperanza sublime siempre la sigue

una perfecta incredulidad.

Vi un camión asustar pastores, con las máquinas

de un hombre que pide silencio; en mi vida

mucho humo café se mezcló al humo blanco.

Era el sonido de la calle.

Y me gustaba: me gustaba saber que estaba ahí.

*

Hice a mis cómplices descolgar un canasto

por el lado mal vigilado de la muralla, yo también

quise regar en el vapor de mi otoño

las pecas blancas de miles de hongos.

Aunque pensé

que la distancia entre las cosas era caminable,

soñaba con hacer algo, pero después soñé

con no hacer mucho, pasar el día echado en la casa

con varios amigos.

El de la guitarra, el del auto lento en el pueblo chico,

el que no comía, el que llegó a comérselo todo:

esa gente, hasta dónde habrá llegado?

Entre ellos aún está la rama deforme

que tú elegiste de asiento. Antes dormías aquí

y veía perder pelo a tu cráneo de espaldas. Estaba

con mi cuaderno en la sombra del pruno,

esa fue la superación de todas nuestras diferencias;

cada ciudad tiene su luna y cada persona escolta

una sexualidad que lo acompaña; pero yo pensé en ti

como en una especie de hermanastra

que viajaba conmigo por la claridad de ese invierno.

Nos seguían focos y fresneles

como a estrellas y cantantes, y el corazón,

bombeando,

de tan agitado se me notaba debajo de la camisa.

Así avanzamos por la vida, como avanza la edad

de una madre que quiso ser actriz.

*

Vi cosas extrañas en el camino. Tú, en una liquidez

de pinos con gente subida, participando de esta

nueva jerarquía de pastores, perros y chozas:

de nuevo, sombrío y coherente.

Nuestra adolescencia ya no pertenecía a esta ciudad,

donde aparecieron robustos consejos para

no dejarnos derrotar por este mundo. Fui

una guagua mediana

educada para ser santa, hecho para convertir

en jardines los desiertos; así construí mis apegos

como supermundos, islas con rompeolas y contigo:

una mesa de piedra con patas de barro.

Caminé como si el suelo ordeñara mis pies,

y ese día no se rompió la cáscara

de la manzana al pelarla: sostuve esa espiral verde

y la dejé formar la inicial de tu nombre en el suelo.

Pienso en el Leteo,

en el elogio que el aire infunde en las burbujas;

hubo cuatro cuervos en esa rivera de manzanos,

dos en la paleta de una vaca enferma y dos

en el asta del ancla: de la peor suerte,

el peor augurio. Por eso

encuentro cosas en ayeres redondos de tiempo,

he sido programado para esperarlas.

Así se pesca en mi país, sintiendo la sangre

en la noche del cuerpo, que palpita sus espasmos

como si también estuviera pensando.

*

Me humillé aprendiendo baile en un año

de música e imperios: este mundo, el nuestro

es viejo y malo o viejo y bueno, nunca es joven,

menudo, ni verde.

Y volver a pensar en pianos y palomas fue

como hacer oír ondas al sediento. Vi

ese paracetamol inmenso al que doy mordidas

en mis sueños,

blanca y soberbia zanahoria en los podios

de un torneo. Las casas tenían pavimentos

de fechas diferentes y una bolsa caliente de hurones

entre las porquerías de unos niños, me despierta

con zambras de ruido y gatomaquias;

por algo Dante abandona el infierno

a las siete de la mañana,

ese marzo de las horas de un día. Esa tiza roja

que pintó rubor en la cara de mi muñeca.

*

Primero me despedí de todos mis hermanos.

La felicidad me había llevado hacia otra vida,

lejos de ellos. Volé de rama en rama

y vine a ponerme freno cerca tuyo; primero

con mesura y luego más allá de la necesidad,

dejándome arrastrar como los pollos,

cojos y citrinos,

por el camino que anda la gallina. Así, en cuanto

busca un dedo de pastor la vaca destetada,

o queda el hábito de fumar en quien sostiene

un barquillo como habano: así fue la calidez

que yo sentía al mirar cómo dormías

con esa sensación de abandono.

En ese lugar donde había de todo, vine a pensar

en una lechuga que vi ayer, en un sombrero

que antes usaba. Lejos de mis hermanos,

viví los mismos días desperdiciados

pero en otra parte.

No pude ser como una torre que no tiembla

aunque le soplen muchos vientos en la cima.

*

Nací en Piuquenes, hijo de ese y de esa.

A tal edad dejé en el árbol agujereado

una piel de oveja, vuelta hacia el lado sangriento:

para el débil, dejar estos mensajes constituye

el único medio de envilecer al más fuerte.

Entendí en los textos del mosaico, una frase

de nísperos que daba su opacidad al paisaje;

las nubes estuvieron calientes de enojo,

sin verdes ni orillas que dieran el fresco.

Con mi papá

vi un tubo de luz comportarse como un espejo:

era el Reipus, el oro de la madurez.

Siete meses habían pasado y tranquilo,

como una mandarina que se envuelve de moho,

me envolví en el piyama de una grave enfermedad

que por la mañana me diagnostico y

de la que me curo, por la tarde.

Voluntariamente adopté la luz, por las

razones poderosas de este mundo interior;

fue una respuesta al caos, morder

este edificio de relaciones

como si abriera con los dientes un paquete.

Morderlo por morder, morder todo de él y

embarcar, aportar, trajinar, matar, herir, malear

hasta venir a lo presente.

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