Cualquiera aceptaría sin pensarlo dos veces la invitación a cenar en un restaurante lujoso, de manteles blancos y platos elaborados, pero Catalina no. No es necesariamente lo ostentoso del lugar, la compañía o el miedo a no saber la etiqueta básica para comportarse en la mesa lo que la hizo dudar, sino el sentir que, a costa de su placer, los suyos —otros inmigrantes indocumentados— estaban siendo explotados laboralmente.
“No soportaría ser servida por un hombre que se viera como mi abuelo” (86).
Catalina, la protagonista de la novela1, es una inmigrante indocumentada nacida en Ecuador, y criada en Queens, Nueva York, junto a sus abuelos Fernanda y Francisco Ituralde, también indocumentados. En su hogar, su abuelo trabajaba en la construcción y su abuela era ama de casa, aunque a veces hacía de niñera para sus vecinos. Catalina sintió desde muy pequeña el miedo y las presiones de vivir sin una visa que respaldara su residencia en la Gran Manzana. Cuando se gradúa de la secundaria, entra a estudiar a Harvard, el gran sueño que su familia tenía para ella. Pero pronto se vislumbra que ingresar a esa institución no necesariamente cumple con la promesa de regularizar su estatus migratorio ni de la movilidad social que tanto esperaban.
La novela fue publicada en 2024 y es la primera obra de ficción que escribe Karla Cornejo Villavicencio, autora ecuatoriana-estadounidense que fue finalista en el Premio Nacional del Libro con su obra de no ficción Los Americanos Indocumentados2. Aunque tiene elementos de autoficción, la novela crea un universo propio, desvinculado de la biografía de la autora.
Catalina creció sin saber que era indocumentada, hasta que estuvo en séptimo grado. Entonces fue consciente del estigma que su estatus en Estados Unidos carga, por eso aprendió a vivir en las sombras. En su artículo DREAM Act: I’m an Illegal Immigrant at Harvard, escrito anónimamente mientras estudiaba en Harvard, lo describió así:
“Se espera que yo también viva en perpetua penitencia. Quebrantamos la ley y merecemos ser castigados, argumentan”.
La protagonista creció en un mundo en el que la mayoría de inmigrantes indocumentados trabajan en empleos informales, frecuentemente invisibilizados. Limpiando casas, construyendo edificios, sirviendo la comida en restaurantes, cocinando, cuidando niños que no les pertenecen. Pero la enfermedad, como la luz, un día se asoma para mostrar el desgaste que estaba oculto.
Fernanda, la abuela de Catalina, amanece con un dolor de muela insoportable. No tiene cobertura de un seguro de salud por ser indocumentada, tampoco puede pagar a un dentista privado porque no tiene el dinero. La familia decide ir a una escuela de odontología, donde los estudiantes, bajo la supervisión de un profesional, proveen tratamiento gratuito. Cuando Fernanda sale de la cirugía para remover la muela infectada, Catalina y Francisco la encuentran con la cara amoratada. Pese a la indignación por el maltrato, la familia se retira del establecimiento sin quejarse porque no cuentan con las herramientas lingüísticas para hacerlo.
“Los médicos, enfermeras y estudiantes que trabajaban allí realmente no creían que debieran explicaciones […] a personas que tanto los necesitaban en primer lugar, personas que pese a que han estado en este país durante años, parecían incapaces o poco dispuestas a absorber el inglés” (118).
Así como mantenerse en la sombra resulta como una estrategia para alargar su permanencia en Estados Unidos, la familia Ituralde se propone a comportarse como ciudadanos ejemplares para no llamar la atención de las autoridades migratorias. Catalina intenta ser una inmigrante modelo, una niña buena: se convierte en la mejor estudiante de su clase, participa en pasantías no remuneradas desde los 15 años, publica en medios de comunicación importantes antes de entrar a la universidad y estudia becada en Harvard. Pero a lo largo de la novela se rebela contra ese mandato y reclama su derecho a ser autora de su narrativa, como lo indicó Cornejo Villavicencio en un conversatorio de la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL)3.
Sin embargo, le resulta difícil ser autora de su narrativa cuando son otros los que deciden por ella. Los medios de comunicación, discursos de dirigentes políticos, o interacciones cotidianas de ciudadanos estadounidenses habla frecuentemente de personas como ella, inmigrantes indocumentados: dicen que aumentan la inseguridad, que contribuyen a la economía con sus impuestos, que son una amenaza para el orden de las naciones. Pero pocas veces se habla con ellos, de sus necesidades, ambiciones, temores, alegrías. Sin voz, ni voto, Catalina se respalda en amigos que sí pueden ejercer su derecho al voto y en su voluntad de contribuir a las causas que mejorarían su calidad de vida.
Por eso, la amistad entre Catalina y Delphine, su amiga puertorriqueña y ciudadana estadounidense, sufre una fractura cuando Delphine decide no votar en las elecciones del 2008, claves para avanzar en el DREAM Act, una ley que buscó ofrecer un camino hacia la residencia legal permanente para inmigrantes indocumentados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños.
“Si yo hubiera sido ciudadana americana hubiera votado. Para mí era una misión lograr que Delphine se registrara. Le envié links. Le envié recordatorios. Ella decidió no registrarse para votar y no votó. Se sintió personal. […] Sentí en mi corazón que las personas neutrales políticamente eran cobardes” (41).
Ante la imposibilidad de decidir o contarse a sí misma, Catalina encuentra una forma de reclamar espacio para la alegría en la moda y la admiración. Catalina quería ser Arte (en mayúscula), porque solo así sería vista, admirada; incluso podría regularizar su situación migratoria. Después de todo, una obra de arte reconocida tenía vía libre para entrar y salir de donde quisiera sin necesidad de visados.
“Gané un premio de escritura y va a haber una recepción y no tengo absolutamente nada que ponerme. Voy a morir. […] Me marchitaré como una rosa, pétalo a pétalo” (46).
El punto de inflexión llega cuando su abuelo recibe una orden de deportación por correo. La deportación, que se presentaba como una amenaza disciplinadora o como una barrera para no soñar a futuro, se desarmó en el instante en que ocurrió. Catalina intenta buscar una solución, pero su abuelo decide entregarse a las autoridades y devolverse a Ecuador. Su ciclo en Estados Unidos se cumplió y lo acepta sin resentimiento, con dignidad.
Como inmigrantes indocumentadas, que no concebían un futuro para sí mismas, Catalina y su abuela se dan cuenta que después de la deportación de Francisco hay espacio para soñar. No migraron a Estados Unidos para cumplir el sueño americano, sino para reconocerse.
Fernanda vuelve a trabajar, descubre su pasión por el yoga y aprende inglés. Catalina se gradúa de Harvard, sigue sin tener permiso de trabajo y se dedica a ser tutora de niños ricos. Para muchos esto sería un fracaso, en cambio, ella encontró que en el abandono y en la caída estruendosa de su mundo aún cultivaba el deseo de ser admirada.
“Me abandonaron, sí. No podía hacer nada por el hecho de haber sido abandonada, pero podía darle la vuelta a mi rumbo, hacer limonada con los limones. Podía volverme la chica abandonada más famosa del mundo” (199).
Después del mayor miedo de sus vidas viene la paz. Una paz fértil para la creatividad. Esa paz —la que permite a los inmigrantes crear, soñar, contarse— hoy está en riesgo.
La creciente amenaza de deportaciones masivas bajo las políticas de la administración federal no solo rompe familias, sino que relega a los inmigrantes a vivir en las sombras. Cornejo Villavicencio lo advirtió en la NYPL:
“Una de las cosas que es tan trágica sobre este momento donde se quiere exterminar nuestra cultura, es que esto va a impactar a generaciones de personas. Es difícil crear arte bajo esas circunstancias”.
“Catalina” no es una historia sobre el sufrimiento migrante. Es una afirmación radical: los inmigrantes indocumentados no solo resisten, también sueñan, aman, se visten con estilo, buscan belleza. Reclaman, como todos, el derecho a ser felices.
- One World, 2024 ↩︎
- Random House Publishing Group, 2020. ↩︎
- The New York Public Library. Catalina: Karla Cornejo Villavicencio con Daniel Alarcón. https://www.youtube.com/watch?v=IzmzOmCKfBY ↩︎



