Este pavo que me sabe a pollo

En la navidad del 2024 invité a tres amigos a comer a mi casa. Cociné lasagna, una amiga trajo un postre, tomamos vino y nos reímos un rato. Pusimos un show de navidad para escuchar la música que elegían. A las 12:20 a.m. se fueron. Había sido un día helado en donde las temperaturas habían bajado a -3 °C y el transporte público estaba funcionando a medias por ser un día festivo, querían estar en su casa pronto. Pero además varios tuvimos la sensación de que esta había sido una comida de un día cualquiera para celebrar la amistad (¿tal vez?), no una cena de navidad. ¿Qué hace entonces que algo se sienta como una navidad?

Este año, hablando por teléfono con mi familia, me dijeron.

– Si no vienes para navidad, ¿qué vas a hacer? –me preguntaron como si celebrar fuera de Colombia resultara impensable. 

Ya van tres navidades que no celebro en Colombia, la tierra de diciembres guapachosos, comedera infinita, chistes elocuentes, y religiosidad mediada por desmadre. 

Para que una navidad se sienta como navidad hace falta la repetición, lo predecible, el olvido y la colectividad. Los buñuelos y la natilla de todos los años, la música de Pastor López, las novenas y las maracas que mamá tiene guardadas y datan de cuando ella estaba creciendo en la casa de mis abuelos. Lo esperable: que una familia numerosa logre coincidir en un solo lugar y llegue a contar las mismas anécdotas de todos los años. La novena a las 9 pm, la cena a las 10, los regalos del Niño Dios a la medianoche, la rumba hasta las 4 a.m. después de eso. Y el olvido de mí, de lo que me preocupa, de mi tiempo, porque verle las mismas caras a las mismas personas y ceder ante lo predecible suspende las ansiedades del yo. 

No digo esto con el tono odioso de que todo pasado fue mejor y cómo en mi país sí saben celebrar, mientras que en Estados Unidos todo resulta sobrio. No tendría sentido que lo dijera cuando ni siquiera celebro con estadounidenses, porque de por sí me resulta casi imposible entablar una amistad profunda con ellos, quienes me acompañan a celebrar las fiestas son todos latinoamericanos. Lo que digo es que esos elementos (la repetición, lo predecible, el olvido y la colectividad) no existen aún y están en proceso de ser pensados. ¿Cómo celebrar más allá de los símbolos patrios? ¿Cómo celebran la navidad una peruana, una mexicana, una argentina y una colombiana? 

Byung Chul-Han decía que los rituales son técnicas simbólicas de instalación de un hogar, y tienen la capacidad de transformar el estar en el mundo en estar en casa. Y estar en casa implica para mí sentir placer, comodidad, seguridad, confianza y hacer un ejercicio de reconocimiento de los objetos, el espacio y las personas que están en ese mismo lugar.

Tal vez para que el pavo sepa a pavo, para que los villancicos se reconozcan como villancicos, y la navidad se sienta como navidad tenemos que construir nuestros propios rituales y repetirlos hasta que no se sientan desconocidos. Vernos y reconocer que para quienes estamos tratando de construir una casa fuera de casa, nuestros amigos inmigrantes son un hogar. Construir activamente nuestra versión de maracas, buñuelos, aguinaldos decembrinos, rutinas de celebración. Ya decía el español, Gregorio Apesteguía que si “no existe lugar al que escapar. Es, pues, momento de inventarlo”. 

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