es este dolor de tripa que me escolta

el miedo al hambre de mis abuelos: humilde herencia

bordada a mano sobre sábanas de lienzo.

llamamos casa a nuestros cuerpos porque nuestros cuerpos

nunca tendrán una casa,

mísera ausencia disfrazada de infinitas

infinitas secuencias de alquileres. 

la utopía del trabajo digno se disipa de nuevo

bajo el peso de la necesidad de cualquier trabajo,

que queremos tener derecho a devolver a nuestros padres

todos los años y dinero regalados. 

nos vendieron la aventura de los sueños

como si la aventura no fuera siempre unas zapatillas rotas

como si los sueños no fueran siempre sueños

que en la noche llanto 

escalan nuestra columna hasta que nos despertamos

con sudores ancestrales.

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